Es difícil hablar de nuestros días. Uno corre el riesgo de ser acusado de muchas cosas: de pesimista, de descreído, de postureo, de nihilista, de escéptico, de pueril, de triste. No hay nada más triste que el castigo a los tristes de los alegres. Los mítines se zafan de pasiones alegres. El ‘espinozismo electoral’ merecería algunas anotaciones, que no haremos nosotros.
Es difícil hablar de nuestros días también porque tememos ser injustos con nuestros amigos y conocidos. A los cuales apreciamos y en los que de algún modo, también confiamos.
Es difícil hablar hoy cuando la consigna y la lógica electoral se imponen. Cuando se imponen su calendario y sus geografías, como dicen ésos a los que a veces escuchamos y leemos en silencio.
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Estos días, en el contexto del seminario de poesía Euraca, nos hemos invitado a trabajar un sobre este momento. Justo ahora. El de estos días. Que parecen ser nuestros, que parece que pueden ser incluso más nuestros, aún. No hemos acordado una posición común para la poesía. Cada cual verá a qué ruptura a qué continuidad o discontinuidad se debe. Estamos hablando muchas voces juntas. Tomando el poemario Hombre de Cristinta de Washinton Cucurto, las personas que han preparado este bloque nos han invitado a construir colectivamente un sujeto ficción, como ese ‘Hombre de’, votante de Cristina Kirchner, tan desatado y desmadrado al que pone en poesía Cucurto, que nos permita «parodiar esos sitios sociales cliché para pensar las singulares contradicciones subjetivas de la época en que estamos inmersxs». Plagiar el libro, transponerlo a nuestro momento electoral. El poeta parodia el peronismo, a los intelectuales, a los desaparecidos, a los jóvenes, a los viejos. Se pone a favor de Cristina y en contra a la vez, se nos dijo en el seminario. A muchos se nos escapa mucha de la materialidad de este poemario en argentino. A mí, por ejemplo, me tocó transponer un poema que habla de alguien que quiere largarse de Buenos Aires a un pueblito, Quilmes, para respirar un poco, pues la ciudad se ha vuelto inhabitable. Cucurto hace, sin duda, una gran parodia de la vida del campo y el ‘exiliado de la ciudad’. Y me compromete de un modo singular, claro (yo he hecho esa experiencia), aunque no me incomoda el hecho de que el enunciado ‘las singulares contradicciones subjetivas de la época’ de la invitación tenga lugar en mi propia experiencia.
Recordé las muchas parodias campestres que se han escrito. Perec, en Especies de espacios es mi preferida. Hice una primera versión, para la cual yo podía presentarme como primera persona de ese poema. «Qué horror Madrid, con su campaña y sus elecciones, me quedo aquí en el río, rodeado de esta belleza que enmudece. No me importa ser un ‘pajuelo'». Tal que así. Pero valorando el objeto de deseo que supone el campo para la primera persona que habla en el poema, pensé que el ejercicio paródico era más intenso si revisaba la subjetividad a parodiar. Estos días oí a alguna gente decir «qué pena no vivir en Madrid para votar a Manuela» o «Si no ganamos en Madrid, nos largamos a Barcelona». En Sevilla, hace poco tiempo, una gente mató un festival de cultura «por falta de apoyos institucionales» y desde el público se gritó ‘catetos’ a los políticos. Se leyó un discurso emocionado, tras el que se advertía la pertenencia a una comunidad, pero a mi modo de ver eran unas palabras bastante audaces. ‘No valoran lo que somos. No nos apoyan. Nosotros somos buenos currantes y sabemos cómo hacer las cosas bien, actuales, políticas, pero aquí están embrutecidos’. En lugar de decir (qué se yo) ‘son muchos años ya, estamos cansados, tenemos otros planes, vamos a hacer otros equipos’. Entonces hice una segunda versión de ese poema parodiando la voz de uno de estos ‘trabajadores culturales’ que sueñan con vivir en una ciudad gobernada por una de las nuevas candidaturas, más sensible a su modo de ver el mundo. Que le represente. La utopía campestre (tan verdadera en muchos sentidos) no me parece que pueda ponerse hoy a la altura de la utopía electoral de hoy. Y escribí mi segunda versión.
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Nos, nuesas personas. Todas las personas que nos identificamos con el Movimiento 15 de mayoVos decimos: No, No, No nos representan.
Vuesas mercedes no nos representan.
¿Por qué?
Porque se han otorgado, apropiado, adueñado… de unos nombres que no les corresponden.
Palabra ‘concejales’: personas que forman parte de un concejo. Y de aquí derivan las demás.‘Concejo’: Reunión, asamblea, junta, ajuntamiento de personas de una población que mediante el díalogo pacífico, respetuoso y continuado intenta llegar a un concilio, conciliación de ideas, propuestas, formas, maneras, iniciativas…..
El seis de enero de 1346 tuvo lugar, en la Iglesia de San Salvador (‘eklessia’=asamblea), el último ‘concejo abierto’ en Madrid. Jueces, alcaldes y asamblea vecinal acudían ‘a campana tañida’ cada domingo a alguna de las plazas de la Villa. Esta Iglesia estaba situada en el actual número 70 de la Calle Mayor, frente a la Plaza de la Villa. Una placa instalada por los poderes de hoy conmemora, no el Concejo abierto, sino el nuevo concejo de tipo restringido, estable y oligárquico que lo sustituyó desde ese día. Aquel quedó abolido por la cédula real que Alfonso XI dio el 6 de enero de 1346. En ella se designaba a los doce primeros regidores de Madrid y a los oficiales restantes. Y así fue, más o menos, salvando los intermitentes e inesperados tañidos de la campana del pueblo que aparecía y desparecía, hasta el 15 de mayo del 2011
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Una vez nos dimos un tiempo y un espacio. Una vez nos presentamos en la realidad. Hay mil formas bellas de decirlo, de tratar de agarrarlo por el lenguaje. Su poesía, fue quizá el realismo que fuimos de verdad, tratando de llevar a cabo lo imposible. Lo cual vino, quizá porque nos atrevimos a no saber y duramos en la brecha. Ese tiempo lujoso que vivimos, estuvo vinculado a una pobre infraestructura, sí, pero pudo frecuentarse aún después cuando ésta fue removida. Cuando aún no se nos obligaba a comparecer bajo una forma que no hubiéramos decidido nosotras mismas. Hoy, como dice el tuit de un activista-candidato, ‘en algunos grupos de telegram siempre es 15M’. El 15M se nos mudó al telegram (quien se mueva por esas plazas digitales) o, en el mejor de los casos, a la tan preciada ‘conciencia política’ (que el domingo nos empuja al pragmatismo y la responsabilidad). A la capa-fondo sobre el que se fijan y sobreentienden las presencias, las afecciones, las voces.
Quíen dijo que sabría qué, cómo. Nada de eso aquí, tampoco. No sabemos. Ahí permanecemos y deseamos permanecer. En el no saber.
Esta continuidad se cuenta unívocamente, por ejemplo, en uno de estos vídeos de propaganda política. Luces de la ciudad desenfocada introducen una música melodramática y épica (quiere dirigirse al centro del corazón, sin duda) sobre la que una voz anuncia (se trata de la música y la voz de la película Interstellar) que «siempre nos hemos definido por la habilidad de superar lo imposible». Lo que veremos en el vídeo son luchas de los últimos años en Madrid. Yayoflautas, stopdesahucios. La Puerta del Sol. La ciudad a punto de ‘despertar’, o ya despierta, en el momento en que se atreve, dice la voz, a ‘apuntar más alto’, a ‘hacer desconocido lo conocido’, porque ‘el destino está por encima nuestro‘. Esa clase de retórica que, cuando se habla de la acampada, quizá sea menos sancionable en tanto allí buscábamos nombrar lo que existía, y acá se quiere identificar lo que existe hoy según lo de entonces. Ese apuntar más alto, esa imposibilidad que fue posible ayer, sería, como indica el logotipo de Ganemos Madrid, ganar las elecciones. Aunque esa victoria y esa política, quiera a su vez designarse con muchos matices: nueva, distinta, otra, diferente, el camino, no la meta. Indispuestos pues, para el matiz crítico, pero en cada esquina practicando el matiz de la representación que se ganará y que será, esta vez sí, ‘buena’. La nuestra. Nuestra buena representación.
Pero cabe decir que esa imposibilidad cuya posibilidad se promete también para el hoy, el ‘sí se puede’ de hoy (ganar las elecciones), nada se parece al ‘si se puede’ de ayer (irse de este mundo y plantarse en otro). De hecho, el sí se puede de hoy, nos parece bastante pobre, en el mal sentido de la palabra. Claro que se pueden montar partidos, claro que se pueden ganar unas elecciones. Claro que la gente está dispuesta ir a votar ¿Pensaban que no? Lo que era verdaderamente imposible según la realidad impuesta, pero posible en tanto que consistió en no delegar la política a sus representantes, fue lo que sucedió entonces y ha estado sucediendo hasta que las elecciones se pusieron en medio de nuestro camino. Sin duda, esta será la oportunidad para que las personas que no se pasaron por la plaza (las que no descubrieron la política que se practicaba ellí) puedan por fin ‘votar al 15M’. Pero al 15M no se le podía votar. Esa palabra no existía en el mundo del 15M. Nos debíamos a nuestra escucha. A nuestra lentitud. A nuestro no saber. No hay ninguna clase de purismo en esta afirmación. Se trata de manejarse con un principio. Un principio que podamos compartir todas. Quizá cuatro años fueron suficiente, quizá la normalidad siempre vence, quizá la movilización nos agotó o nos hicimos ‘demasiado amigos’ como se piensa a menudo ocurre. Quizá también pensemos que a la política de las plazas, o la de los círculos, sólo se pueden dedicar algunos cuantos privilegiados. Sí se puede… pero hay algunas cosas que no se pueden. Alguien se ha tomado algo de tiempo para desenmascarar esta impostura.
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El 15M no estaba haciendo historia, sino que, sin ningún tipo de grandilocuencia, estábamos inventándonos otro calendario. Y otra geografía. Otro tiempo y otro espacio en el cual vivir. Nuestra historia, si quieren. Y descubrimos que era la de muchas otras también. Los efectos materiales de ese otro mundo posiblemente fueran muy frágiles, y su dimensión quizá minoritaria (¿quién pretendió señorearse entonces?). Pero dependerá de la idea de 15M que se maneje (a mi me gusta la que atrajo al último labrador de Carabanchel) y dependerá de la experiencia que se hiciera o no (y no lo decimos para legitimar a unos supuestos verdaderos actores, sino justamente para declarar la diversidad de experiencias) y del valor que éso tenga en el presente, de como decidamos contarnos. Dependerá de los derechos, compromisos o alegrías que se establezcamos para el hoy desde ahí. Uno se pregunta por la clase de fidelidad que puede establecerse con esto. Un filósofo habla de una fidelidad que es una ‘verdad’ en tanto forma parte de eso que somos, de lo que nos sujeta como personas, como cuerpos. No se trata de advertir ninguna pureza, sino de descubrir las marcas que se fijan en nosotros. Las insurreciones se prolongan, dice Comité Invisible en su último libro, «porque lo que fue vivido en ellas brilla de tal modo, con un resplandor tal, que quienes hicieron su experiencia tienen que mantenerse fieles a ellas sin separarse, construyendo eso mismo que a partir de ese momento faltaba en su vida de antes». Aunque cabe decir que quizá ese resplandor, es una minucia comparado con todos las luces que brillan en la ciudad. El relato fue escrito por mucha gente, pero unas narraciones se han impuesto. Las voces se han mudado y algunas quieren, como advertía el narrador, apropiarse, aunque no lo hacen de mala fe. Parece que les sujeta igualmente la verdad de la experiencia que han hecho. Disenso, otra vez. Oportunidad para hacer política, pues.
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Ahora Madrid, no son los únicos que han reclamado para sí este ‘tesoro’. Y es que efectivamente el 15M generó simpatías aquí y allá. Podemos volver al trazo grueso: ‘da igual, es sólo un voto, hay que echarlos. Votar es rollo pero si no votas serás culpable. Vale que votar no es suficiente y no importa mucho pero no votar, eso sí que es mal’. Lo que me pregunto es si podemos problematizar esta línea de continuidad trazada, si podemos intentar ‘verificarla’ de alguna manera.
Si lo que entonces hicimos fue el trabajo de ‘indentificar’ a sus protagonistas, (las voces que escuchar, los cuerpos que seguir. La prensa hace muy bien este trabajo) bastará con preguntarles donde están ahora o qué están haciendo y los encontraremos esforzándose en los partidos. Entonces ya tendremos nuestra continuidad trazada, de la ruptura a la vía electoral. Siempre podemos presentar esta historia de la continuidad identificada como una manera de conocerlos. Y muchos de los ‘identificados’ vendrán efectivamente de las plazas e inclusive de luchas anteriores y eso será una buena cosa, pero aquí se construyen igualmente relatos de legitimación política. Reconocimientos. Identificaciones que disuelven la apertura que vivimos entonces. Torcidos respecto del no-protagonismo verdadero que tuvo lugar en las plazas. Tuvimos la suerte de disfrutar de la importancia de un anonimato, de una ignorancia, a cara descubierta. Esa es nuestra pequeña gran victoria. Que no se nos desprecie por pretender cuidarla un poco. Quizá no necesitamos reconocer a los políticos, quizá no necesitamos si quiera amarlos. Los activistas dan el paso electoral. Es bueno que se atrevan abiertamente a hacerlo, pero sería una torpeza que la continuidad se calculara en estos términos. Quizá, no tiene mucho sentido político que la legitimación se mida en términos de amistad. Así, como dicen los políticos de hoy, que tal persona es buena porque es amigo suyo. O porque tiene un niño en brazos.
Y algunos dirán hoy que siguen ‘viviendo en el 15M’ pero a la vez se encuentran preparando una campaña, pidiendonos un voto, cuya necesidad, de algún modo, ellos mismo han producido al volver (nos, pues eran ‘sus’ activistas y manejaban los altavoces y se retiraban o acudían cuando lo consideraban) a ese otro calendario, a ese otro tiempo, en el que efectivamente vivíamos y vivimos aún, pues no sabemos quiénes habrán conseguido sustraerse del todo a esta locura llamada economía o democracia representativa. La dimensión que siempre vence, ganando para ella la realidad. La crítica suele ser un escondrijo para los que quieren presentarse ya como los habitantes de su afuera. Pero tampoco sabemos cómo se puede ‘vivir en el 15M’ y al mismo tiempo convertirlo (desde el momento en que se trata como tal) ya no sólo en capital simbólico, sino en capital electoral. La inclusividad podría explicarlo. La versatilidad del movimiento. No impedir hacer. Escuchar también significa quizá aquí permanecer atento y ver qué sucede.
Pero desaríamos (yo lo desearía al menos) que no se llevaran la realidad para sí. Nos os llevéis la realidad para cerrarla conforme a las posiciones que habéis tomado, que habéis imaginado que la gente necesita sólo porque obtengais muchos votos. Es importante entender que es díficil tomar partido, optar por esa alegría que anunciais, una vez hemos conocido una toma de posición y una forma de vida que los discute. Decís: ‘mandaremos obedeciendo’. Pero ¿cómo se puede mandar y obedecer a la vez si uno cree que obedece, cuando ‘mandar’ se ha presentado como lo que no es? Quizá logren inventarse otra cosa, (dicen ‘hackear’, ‘reinventar’) que permita aceptar que sean sus voces las que a partir de ahora vayan a oírse cada vez más. Quizá logren inventarse una manera que nos permita operar desde sus propias gargantas. Una forma de telecontrol como el que se ha tratado de señalar tantas veces [Ciencia ficción: mandar obedeciendo, el gobierno de los robots obedientes, telecontrolados por una onda masiva] No alcanzamos a entender la clase de obediencia que ofrecemos al poder como para alcanzar a comprender de un salto que la escena se pueda invertir completamente.
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El 15M se protegió sabiamente de los partidos políticos y de la lucha electoral. Se defendió de esa velocidad en la que estamos ahora metidas. Se defendió de esa escasez en la que compiten unos con otros. Se defendió, insistimos, con buen criterio. «Formad partidos», dijeron desde el poder y nosotras, que ahora nos presentamos a las elecciones, intuíamos que había buenos motivos para no hacerlo: que era muy inteligente resistirse a ello. Creemos que el tiempo de las preguntas excluyentes se puso en crisis el 15 de mayo de 2011. Hay muchas formas de hacer política y casi siempre habitan a la vez en una misma persona. No hay un camino, hay miles. No hay una respuesta: hay miles. Creemos que el 15M, que cambió para siempre nuestras vidas, es una llave que también abrió muchas puertas que parecían cerradas y construyó un puente que nos permitió encontrarnos y reconocernos a partir de nuestras diferencias. Aún hoy, aprendemos del 15M cada día e intentamos estar a la altura de lo que para nosotras significa. Vamos a entrar en el Ayuntamiento con una llave y vamos a construir un puente. Si somos capaces, creemos que van a pasar muchas cosas buenas. Si no lo somos, sabemos que hay una sociedad preparada, imaginativa, curiosa, que no va a volverse a casa porque, eso también lo aprendimos en esas plazas, nos va la vida en ello y quizás conviene recordar que puede ser que no haya casa a la que volver. La recuperaremos, claro, de una forma u otra. Nos lo dijimos una y mil veces y nos lo seguimos diciendo, no nos cansamos: Sí se puede.
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Sobre estos recuerdos: siempre sobrevolando la sospecha de una tristeza nada acomodable en el entusiasmo del momento. La sospecha de un decaimiento como sin aliento. Y sin embargo estamos felices porque recordamos. Porque aún sabemos que el mundo puede divirse de otro modo que no en gobernados y gobernantes. Y que toda clase de obstáculos minan la posibilidad de que estas dos dimensiones confluyan felizmente. Su propia lógica está fundamentada en el sometimiento de lo que a ella pretende escapar. La democracia permite todos los lenguajes, menos uno. Casas Viejas se llamó ese lenguaje no permitido por la prometedora Segunda República. Su prematuro memento mori, según Sender, del cual no puede decirse que viva en el permanente miércoles de ceniza en que parece encontrarse Adorno.
Pero la audacia obliga a tomar muchos atajos. Como el atajo de no preguntarse por lo que sucede con la celebrada ruptura del régimen del 78 que ha terminado por encontrar en la excavación efectuada a la transición, su pepita de oro. Superviviente de Atocha, 55. Uno se detiene ante el hallazgo. Una jueza nada más y nada menos. Su enfretamiento a la condesa es unívoco. Una jueza de ‘pedigrí democrático’, de ‘currículo intachable’. Ella no lo quería decir pero la han obligado a recordar que fue víctima de la ETA. Se ‘desjubiló’ para montar una empresa que vende bellas mercancías, ropa para bebés, fabricadas en las cárceles por mujeres. No cometeremos el error de hablar en nombre de estas mujeres, para las cuales quizá este trabajo, qué sabemos nosotros), las suponga algún tipo de alivio. Pero no puede dejar de ser evidente a nuestros ojos el sofisticado mecanismo de socialización, de economía, de progreso que se pone en marcha aquí. Una inocente tienda de ropa de bebés en el barrio del nuevo capitalismo cultural. Ese barrio del que han salido los miles de carteles. Esa ‘gente volcada’ con Manuela (para que la que se imagina ese deseado ‘cualquiera’) Batallón de bordadoras, de biciclistas críticos, de arquitectos y diseñadores, universitarios con muchas ganas de prosperar. Están preparados. Han inventado nuevos negocios. Más informales y sociales. Como sus redes. Ya han demostrado otras veces de qué modo la creatividad puede ayudar a volver más bella, más social, más rica, esta ciudad. Efectivamente, ‘sí se puede’ hacer que las cárceles funcionen bien. Las tiendas de bebés venden Manuales de ejecución penitenciaria.
Nos preguntamos cuáles serán los vencidos de esta victoria. Los expulsados. En su relato, de momento parece ser, sólo los corruptos, la mafia, los malos.
Y los tristes.
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Un testimonio de ¿una madurez? ¿un crecimiento? ¿un incremento? ¿una disminución? ¿una inmolación benevolente?
Si la política de las plazas sólo podían sostenerla los jóvenes guapos y sanos de clase media ¿qué cuerpos sostienen el municipalismo? Efectivamente la renovación de los ayuntamientos terminó cortocircuitando las rupturas sociales a finales de los setenta. Pero está por ver si la derrota de mañana de los concejales que pueden ganar hoy pueden acomodarse a los yonkis de ayer y no a los progresistas de siempre, con su juventud revolucionaria de siempre. Su madurez de siempre. ¿Centrifugar? Para escurrir ¿qué humedad? ¿Qué suciedad estábamos lavando? La cuestión quizá no es ser más o menos sexi, más o menos aventurero, puro o joven, la cuestión quizá tiene que ver con imaginar y hacer que el tiempo funcione de otra manera en relación a nosotros mismos. A nuestros propios afectos. Quién dijo que era un asunto de jóvenes, quién dijo que fue cosa de intrépidos, quién dijo que era la pureza. ¿No vieron a los viejos? ¿No tuvieron miedo? ¿No le perdieron el respeto a nadie? No hay tránsito tal. ¿Cómo leímos a Tiqqun?. Nada de esto existe como tal sin el trabajo de una sensibilidad que se maneja con el tiempo de modo que éste corre sin apenas poder aliarse con ninguno de sus segundos. Cronos sigue devorando a sus hijos y nosotros seremos los siguientes. Los activistas del movimiento son, finalmente, los más melancólicos, los más tristes. Psicopompos de una voz colectiva, que se dirigía a un colectivo bien amorfo al cual trataron de no guiar pero aprendieron a decir. Hoy llevan las cuentas de una jueza buena de 71 años. La próxima alcaldesa de Madrid que se ha ganado la simpatía de los que no tienen tiempo para la política, pero necesitan reinventarla, pero ya saben quienes están mejor preparados, «los hijos listos del 15M».
Pero sería falso afirmar que, además de los «managers del movimiento», no hay otras muchas voces. Algunas andan escondiendo sus radicalismo. Otras afectando historial político. Gente normal. «La hora de la gente».
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La imagen de David contra Goliat ha sido recurrente. Alba Rico trata de advertir a los niños:
En un mundo en que los fuertes siguen venciendo a los débiles y casi siempre la justicia doblega a la justicia, el peligro del relato es grande. Pero en un mundo en que la fuerza sigue venciendo la debilidad con independencia de sus méritos políticos o morales y en el que la injusticia se impone a la justicia sin desdeñar los más horrendo medios, el relato es también la mínima derrota de los poderosos. La historia, es verdad, la escriben los vencedores pero los relatos los dictan de algún modo los vencidos. El relato no es simplemente la inversión sublimada de la relación real, la compensación ficticia de una derrota material, es el triunfo insuficiente de los débiles, la condición menor que imponen los justos a sus verdugos. A partir de Herodoto, todo relato es un relato de legimitación; los vencedores tienen que narrar sus victorias y las tienen que narrar subvertida o volteada, como si fuera la victoria de la justicia, el triunfo de la razón, la superioridad del débil sobre el fuerte. […] Sólo retrospectivamente, bajo el esquea herodotiano y hollywoodiense, la victoria de David sobre Goliat nos aparece de forma errónea y natural como la victoria del débil sobre el fuerte cuando lo que describe en realidad -al revés- es la victoria de la fuerza tecnológica sobre la debilidad bruta.
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A mi me parece muy creible la frase ‘un voto no cambia nada’ (que igual vale creo para más de uno). Aunque también tengo la seguridad de que el voto va a cambiar la vida de muchas personas. Me parece que es una frase que puede verificarse sin demasiados problemas. Pero ¿cuándo los privilegiados se dejaron arrancar sus derechos? Una forma de asegurarlos era precisamente fijando la política en unas condiciones concretas. Esas condiciones se volatilizaron, de un modo bastante explícito, sensible, con la política de las plazas. Pero es difícil hacer durar las rupturas si enseguida descuidamos el diminuto desplazamiento que las traen.
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Los revolucionarios no tienen que convertir a la ‘población’ desde la exterioridad vacía de no se sabe qué ‘proyecto de sociedad’. Tienen que partir más bien de su propia presencia, de los lugares que habitan, de los territorios que le son familiares, de los vínculoes que los unen a lo que se trama a su alrededor. La vida es el lugar desde donde emanan la identificación del enemigo, las estrategias y las tácticas eficaces, y no desde una profesión de fe previa. La lógica del incremento de potencia, he ahí todo lo que se puede oponer a la lógica de la toma de poder. Habitar plenamente, he ahí todo lo que se puede oponer al paradigma del gobierno. Uno bien puede lanzarse sobre el aparato de Estado; pero si el terreno ganado no se llena inmediatamente con una vida nueva, el gobierno terminará por volver. C. I.
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López petit:
la nueva política aparece para ofrecerse como solución, y lo hace paradójicamente, defendiendo la autonomía de lo político –y el concepto de representación a ella asociado–, justamente uno de los objetivos fundamentales de la crítica realizada desde las plazas. En vez de profundizar la politización existencial que se iniciaba, lo que propone es traducir políticamente el desafío planteado, y eso de dos maneras distintas. La primera, mediante la interpelación. Se trata de la construcción populista de un nosotros, de una mayoría social hegemónica a partir de un grupo subalterno definido como opuesto a una casta. La segunda, construye el nosotros mediante la interpenetración entre los movimientos sociales y la izquierda tradicional. Podemos y Bcn Encomú. Lo que ocurre es que esta nueva política no ha cortado con la antigua política moderna, puesto que permanece atada a sus categorías tradicionales, y sobre todo, sigue creyendo en que basta apoderarse del código gobierno/oposición que rige el subsistema político para producir otro sentido. Pero dar otro sentido a la realidad, no es cambiarla.
En el interior del vientre de la bestia, en esta realidad plenamente capitalista en la que habitamos, el juego electoral reproduce incansablemente el mito de Sísifo. “¡Esta vez sí… ganamos!”. La nueva política actúa como si se pudiera hacer otra política, una política esencialmente diferente. Es falso. Es falso por una razón fundamental: hace mucho que la política ha perdido toda centralidad, y por tanto, toda capacidad de amenazar la realidad. La política se mutó en política de Estado y el bipartidismo (PP/PSOE) le fue muy útil. Ahora, con la globalización, la política de Estado se convierte en gubernamentalidad neoliberal, es decir, en una gestión empresarial, auténtica simbiosis entre racionalidad tecno-científica y mercado que escapa a la soberanía del Estado. La autonomía de lo político se ha esfumado. Ciertamente el neoliberalismo son los recortes, las privatizaciones, la expropiación de lo común… pero, por desgracia, es mucho más. La nueva política, porque no desea apartarse del sentido común, no quiere aceptar que somos nosotros mismos los que aguantamos este mundo y esta vida. Evidentemente, la casta es el problema. Sería, sin embargo, más exacto afirmar que el problema somos nosotros. Las piezas que hacemos funcionar esta máquina de destrucción masiva –y de seducción también masiva–. La nueva política se autoengaña, y también nos engaña.
Cada vez que se pone el rostro de un candidat@ en una papeleta de voto, cada vez que se construye la unidad política como unión de partidos políticos… cada vez que se evita hablar de capitalismo para hablar solamente de corrupción, de transparencia o de participación… nos alejamos de un auténtico cambio social. Cada vez que se nombran los derechos y se olvida mencionar el (contra)poder necesario para conseguirlos, se escamotean las dificultades existentes. Quizás es imprescindible para ganar en la carrera electoral. Pero ¿qué significa ganar cuando lo que verdaderamente queremos es transformar radicalmente este mundo que nos ahoga?
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Hay gente que permanece alerta, que avanza con cuidado, sin malicia.
A un lado y a otro.
Esta división no existía hasta ahora. Pero existe. Que no pretenda opacarse. Vamos a pertenecer atentos, que no vigilantes.
Celebramos con ellos. También. Mucha gente fea ha dejado de gobernar.
Pero los hilos de continuidad y discontinuidad han de establecerse con prudencia. Con respeto. Cuidando las diferencias ‘políticas’, que cualquiera podría, si no tiene intención de apropiarse nada, percibir.
Quizá debamos atender al matiz que el trazo grueso impide ver.
Uno se divide en dos.
[día de reflexión en Madrid – 23 de mayo 2015]